Crónica de un cierre anunciado: PepsiCo
Si es cierto que con este mensaje PepsiCo pensaba que podía cerrar la planta de snacks de Florida, que otrora fuera de BUN, somos libres de pensar que el autor intelectual de esta barbaridad es un papa frita.
La seguidilla de cierres conflictivos de plantas y hasta de empresas de los últimos años es muy extensa: Zanon, Cerámica San Lorenzo, Donnelly, Lear, Kraft, Cresta Roja y tantas otras. Es difícil creer que una nota y una persiana bajada se conviertan automáticamente en el fin de una historia.
Las empresas han dejado de ser instituciones con una finalidad lucrativa. Con el proceso de concentración, las viejas marcas se fusionan dentro de otras empresas y forman organizaciones cada vez más grandes que, con su escala, prescinden de plantas y empleados para producir más y mejor.
La defensa que de los trabajadores realizaron los sindicatos tradicionales se tradujo en grandes organizaciones, tan poderosas como sus competidoras las patronales, y se consagró en un derecho laboral y en una industria litigiosa muy rentable durante mucho tiempo.
Con un pragmatismo indiscutible y una clarividencia a prueba de discursos, el proceso de transformaciones culturales, sociales, económicas y políticas los tuvo a ambas partes de protagonistas, junto con los partidos políticos tradicionales y los medios masivos de comunicación.
Pero el ingreso a una nueva economía del conocimiento, como es natural, no se produjo en forma ordenada. Fueron apareciendo nuevas formas de trabajo que no se parecen en nada al empleo formal, que va desapareciendo paulatinamente. Los índices sólo reflejan lo último, pero son muy pocos los que pueden comprender e interpretar el advenimiento de las nuevas realidades.
El resultado se pudo ver en el triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas, que puso foco en el desempleo en los cordones industriales, en los cementerios fabriles y en el despoblamiento rural. También se percibió en la creciente aceptación de la llamada "nueva derecha" europea, que explica todos los males con una verba xenófoba.
En la Argentina, los fenómenos sociales y sindicales como el que irrumpió esta vez en PepsiCo para evitar el cierre es tan organizado como el que precedió a la decisión de mudar esa planta de lugar y de despedir al personal.
Si no hay nada nuevo sino que se trata de un capítulo más de una novela que se viene repitiendo sistemáticamente, no podemos esperar que siga habiendo esta clase de enfrentamientos. El proceso debe ser inclusivo; no puede ser un desplazamiento de unos por otros. ¡Cuánta razón tuvo Adolfo Bioy Casares cuando en 1969 pudo observar en su Diario de la Guerra del Cerdo a los jóvenes que tiraban a los viejos por la ventana!
Urge abrir una instancia de diálogo que empiece a ordenar el proceso y que permita encontrar soluciones superadoras para todos, ya que el tránsito hacia una economía del conocimiento es valioso pero no se debe frenar ni realizar a costa de algunos, que no son pocos.
No se trata de valorar o disvalorar lo que está sucediendo. Pero no creo es que se trate de la habilidad de unos para imponerse sobre los otros. Eso sería la ley de la selva. Si sabemos todos hacia dónde vamos, es menester ponernos de acuerdo para evitar situaciones como la vivida esta semana.
El Gobierno y la Iglesia, que tuvieron un significativo protagonismo en el Dialogo Argentino, pueden hacer mucho para conducir el proceso.+
La seguidilla de cierres conflictivos de plantas y hasta de empresas de los últimos años es muy extensa: Zanon, Cerámica San Lorenzo, Donnelly, Lear, Kraft, Cresta Roja y tantas otras. Es difícil creer que una nota y una persiana bajada se conviertan automáticamente en el fin de una historia.
Las empresas han dejado de ser instituciones con una finalidad lucrativa. Con el proceso de concentración, las viejas marcas se fusionan dentro de otras empresas y forman organizaciones cada vez más grandes que, con su escala, prescinden de plantas y empleados para producir más y mejor.
La defensa que de los trabajadores realizaron los sindicatos tradicionales se tradujo en grandes organizaciones, tan poderosas como sus competidoras las patronales, y se consagró en un derecho laboral y en una industria litigiosa muy rentable durante mucho tiempo.
Con un pragmatismo indiscutible y una clarividencia a prueba de discursos, el proceso de transformaciones culturales, sociales, económicas y políticas los tuvo a ambas partes de protagonistas, junto con los partidos políticos tradicionales y los medios masivos de comunicación.
Pero el ingreso a una nueva economía del conocimiento, como es natural, no se produjo en forma ordenada. Fueron apareciendo nuevas formas de trabajo que no se parecen en nada al empleo formal, que va desapareciendo paulatinamente. Los índices sólo reflejan lo último, pero son muy pocos los que pueden comprender e interpretar el advenimiento de las nuevas realidades.
El resultado se pudo ver en el triunfo de Donald Trump en las elecciones norteamericanas, que puso foco en el desempleo en los cordones industriales, en los cementerios fabriles y en el despoblamiento rural. También se percibió en la creciente aceptación de la llamada "nueva derecha" europea, que explica todos los males con una verba xenófoba.
En la Argentina, los fenómenos sociales y sindicales como el que irrumpió esta vez en PepsiCo para evitar el cierre es tan organizado como el que precedió a la decisión de mudar esa planta de lugar y de despedir al personal.
Si no hay nada nuevo sino que se trata de un capítulo más de una novela que se viene repitiendo sistemáticamente, no podemos esperar que siga habiendo esta clase de enfrentamientos. El proceso debe ser inclusivo; no puede ser un desplazamiento de unos por otros. ¡Cuánta razón tuvo Adolfo Bioy Casares cuando en 1969 pudo observar en su Diario de la Guerra del Cerdo a los jóvenes que tiraban a los viejos por la ventana!
Urge abrir una instancia de diálogo que empiece a ordenar el proceso y que permita encontrar soluciones superadoras para todos, ya que el tránsito hacia una economía del conocimiento es valioso pero no se debe frenar ni realizar a costa de algunos, que no son pocos.
No se trata de valorar o disvalorar lo que está sucediendo. Pero no creo es que se trate de la habilidad de unos para imponerse sobre los otros. Eso sería la ley de la selva. Si sabemos todos hacia dónde vamos, es menester ponernos de acuerdo para evitar situaciones como la vivida esta semana.
El Gobierno y la Iglesia, que tuvieron un significativo protagonismo en el Dialogo Argentino, pueden hacer mucho para conducir el proceso.+
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