Escribir sobre Escribano
Escribir sobre José Claudio Escribano no debe ser tarea fácil. Muy por el contrario, yo no sabría cómo encarar su biografía: si como un reflejo de lo sucedido en el mundo, en los diarios, en La Nación o sobre su vida personal, como si fuera algo que le importara al gran público. El nunca fue una celebridad.
Sin embargo, todo eso es importante a los efectos de la historia argentina, más allá de que nos guste o nos produzca rechazo el protagonista del relato. Ese es el mérito del libro que Encarnación Ezcurra y Hugo Caligaris escribieron sobre quien fuera su Gran Jefe, luego de entrevistarlo durante dos años a razón de una reunión de dos horas semanales, en su escritorio privado.
La admiración personal que le tienen sus biógrafos se percibe desde el principio y se torna hasta enmpalagosas algunas páginas. Pero justamente por eso llama la atención la crudeza del relato. No esquivan tema alguno. Más aún, a mí me chocó que el libro sobre un gran periodista termine en la anécdota -o no- del cambio de género por parte de su hijo; una ironía del destino que no sé si debiera coronar la narración sobre un sujeto que -seguramente - fue mucho mejor periodista que padre de familia.
Debo prevenirlos acerca de que probablemente quienes más disfrutemos de su lectura seamos los que trabajamos en la redacción que comandara El Hombre, por la cantidad de dudas e inquietudes que atiende el relato.
El timing de su publicación es otro acierto. De esperar un poco más, sería lisa y llanamente un libro de historia. Sin embargo, todavía se percibe en sus páginas el calor de la batalla mediática y se huele la pólvora de la tinta. Pero es claro que es una vida que mira para atrás. Su tiempo ya pasó, más allá de que su genio y su vitalidad sigan vigentes, y el escenario en el que se movió sea hoy una sala museográfica.
Tal vez por eso llame la atención que siga siendo noticia. Es que Escribano, tal como él se ocupa de remarcar reiteradamente, nunca fue un simple periodista. Su estampa de prócer, su paso marcial por los corredores de la redacción, la mirada aguda, sus silencios atronadores y su traza dominante, excedían holgadamente sus necesidades organizativas.
Por eso, Escribano ya está en los anaqueles.+)
Comentarios