Tiempo al tiempo
La contratapa de La Nación tiene excelentes notas.
Esta, de una prestigiosa periodista científica, es una de ellas.
El abordaje de un tema como el tiempo, ya es valioso. La manera en que lo hace es magistral.+
Deprisa, deprisa
Por Nora Bär, para LANACION.com
VIERNES, 18.11.2016
Ocurrió en 1997. Alain Clairon, el físico francés que dirigía el laboratorio de metrología del Observatorio Nacional de París, no pudo ocultar su sorpresa ante una periodista argentina que preguntaba por el reloj más exacto del mundo. Clairon atravesó los jardines con paso atlético hacia un cuarto no muy grande, a cierta distancia del edificio principal que ocupa el centro científico creado por Luis XIV en 1667, situado en el meridiano de la ciudad luz. Y allí... ¡voilà! Sobre una nada elegante mesa de metal se divisaba un paralelepípedo de dos metros de alto rodeado de pequeños instrumentos indescifrables: un reloj atómico capaz de medir el tiempo con una exactitud que dejaba sin aliento (aunque hoy fue superado), ¡apenas un segundo de error en 100 millones de años!
"Es la contribución francesa a la metrología del tiempo", se enorgulleció ese día Clairon, mientras yo observaba fascinada los hilos de luz láser enhebrados en un entramado geométrico de brillo fantasmagórico.
La compulsión por medir el tiempo nos acompaña desde nuestros orígenes. Los humanos de la antigüedad registraban el paso de las estaciones, las migraciones de aves, el movimiento de los astros, las noches y las fases de la luna. Pero corrió mucha agua bajo los puentes y la obsesión por "atraparlo" no hizo más que acentuarse. La contemplación bucólica que nos permitía aguardar con docilidad cada nuevo amanecer fue reemplazada por la urgencia. Ahora no son las horas o las jornadas las que cuentan, sino los instantes.
"Estamos en la época del nanosegundo -escribe James Gleick en Faster. The acceleration of just about everything (Pantheon Books, 1999)-. La velocidad es la forma de éxtasis de la revolución tecnológica." Y es cierto. Especialmente los que vivimos en ciudades y tenemos cierto acceso a los bienes de esta edad tecnocrática, estamos inmersos en un tsunami de cosas, información, actividades que no queremos dejar pasar. Como dice Gleick, los obsesivos del tiempo solían poner sus relojes en hora en el rango del segundo; ahora, el nanosegundo gobierna las comunicaciones globales, la navegación, los GPS .
En uno de sus diálogos, a Platón se le atribuye la afirmación de que el tiempo es la imagen de la eternidad. Los budistas lo consideran un círculo, un ciclo eterno que se cumple a través de la reencarnación. Hoy, la eternidad es lo que tarda en cerrarse la puerta del ascensor. Estamos rodeados de adminículos que hacen las cosas más rápido: batidora eléctrica, enceradora, microondas. Para que no se nos escape un segundo, vamos siempre armados de nuestras laptops, tablets y celulares.
Florecen las empresas que capitalizan nuestra adicción a la instantaneidad: desde las comidas rápidas hasta las relaciones humanas, la gratificación tiene que ser inmediatas. Más que avaros en dinero, somos avaros en tiempo: se lo restamos al desayuno, al almuerzo y al descanso.
Se sabe que dormimos unas tres horas menos por día que en la época en que Thomas Edison inventó la lámpara eléctrica y hasta necesitamos que los médicos nos recomienden dejar que los chicos se aburran. Ya ni soñar podemos, dormidos o despiertos.
Según cuenta Daniel Cardinali en Qué es el sueño(Paidós, 2014), el propio Edison decía que éste "es una pérdida criminal de tiempo y una herencia de nuestro pasado cavernícola". Si esto hubiera ocurrido hace más de 2000 años, nos hubiéramos privado de bellas reflexiones como las del filósofo taoísta chino que hacia 300 a.C. escribió: "Una vez, yo, Chuang Tzu, soñé que era una mariposa, volando de flor en flor; a todo efecto, una mariposa... Estaba consciente de mi naturaleza de mariposa, e inconsciente de mi naturaleza de hombre. Repentinamente desperté y aquí estoy. No sé si soy un hombre que soñó ser una mariposa o una mariposa que está soñando ser un hombre...".
A propósito: ya estamos transitando noviembre. ¡Noviembre!
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