La muerte de un político
El ex ministro sciolista Alejandro Arlía se habría suicidado arrojándose el 27 de julio último desde un puente en las afueras de Washington DC. Vivía en Bethesda, Virginia. No estaba desocupado, como
decían los medios, ya que tenía relación profesional con el BID y su mujer, con la OEA; tenían dos hijas. Acababa de cumplir 51 años. Desapareció el 27 de julio último y fue buscado por la policía hasta que se habría confirmado la hipótesis del suicidio.
Conocí a Arlía en el 2000. Tuve una interesantísima charla sobre las regiones bonaerenses, en tiempos en que trabajaba en la Fundación Banco Provincia y me lo refirieron muy especialmente. Era economista de la UBA, recibido el mismo año que yo (1991) en Políticas (UCA). Me hizo un sesudo planteo sobre la necesidad de regionalizar la provincia sobre la base de circuitos productivos. Nunca más lo volví a ver.
Un día apareció como funcionario estrella de la provincia de Buenos Aires. Al principio, como buen sciolista, parecía era una persona razonable y partidaria de los consensos democráticos. A medida que pasaba el tiempo, empezó a mostrar un carácter mucho más apasionado. Empezó a chocar en las redes contra la oposición y a radicalizarse.
La muerte de un político me golpea fuerte por dos razones: una, porque se trata de una persona que debe ser esperanzada por naturaleza ya que conduce a la gente hacia un futuro posible y mejor; la otra, porque -tal vez por esa misma razón- suelen ser longevos. Personalmente, me impactó por ser alguien de mi misma edad.
Para mí la política, en democracia, es la construcción de consensos mayoritarios para el bien común. A partir de la concepción que cada uno tiene del hombre, se busca sumar voluntades para el desarrollo de las personas que viven en una comunidad. Siempre hay motivos para pelear, para creer, para vivir.
¿Cómo puede alguien rendirse tan rápido, luego de trabajar décadas para la gente?, ¿qué le pasó a este muchacho como para bajar los brazos tan temprano? ¿Puso sus expectativas en alguna irrealidad? ¿Recibió noticias de alguna denuncia que pudiera opacar su prestigio? ¿No pudo aceptar la deconstrucción del sciolismo, primero, y del kirchnerismo, después?
No quiero entrar en politiquería, por favor. No quiero pensar en nada que no sea en su espíritu, en su alma. Porque el peronismo adhiere a los principios cristianos, que no admiten atentar contra la vida propia ni ajena. Evidentemente, estaría enajenado. Es que el poder enloquece. Para las redes -al menos para linkedIn, twitter y Facebook- no sobrevivió a noviembre. No actualizó sus perfiles, su página web caducó.
Ciertamente, como decía Santo Tomás de Aquino y suele decir el Papa Francisco, la política es la máxima expresión de la caridad. Es una actividad que tiene por centro el servicio a los demás, desde una disciplina arquitectónica y ordenadora de la sociedad. Siempre se puede hacer política, desde el gobierno o desde el llano. Suelo decir que la política redime, al enrostrarnos con el otro. El servicio enriquece el espíritu y de ninguna manera lo puede apagar.
Se me ocurre que una persona, cuando se deja poseer por el poder, deja de servir a los demás y empieza a trabajar para mantenerlo; al fin de cuentas, para trabaja para uno mismo. Ese switch es imperceptible, como todo paso hacia el mal. El mal es la carencia de bien. Al no ejercitar las virtudes, gana nuestra naturaleza humana, la que es caída y puede ser redimida por Cristo nuestro Salvador.
La única explicación que le encuentro a semejante tragedia es que deben haber sido muchos años de trabajar mucho y sin detenerse a reparar fuerzas, a elevar el espíritu, sin enriquecer su alma.
Señor, por favor, perdónalo y recibilo en tus mansiones eternas.+
decían los medios, ya que tenía relación profesional con el BID y su mujer, con la OEA; tenían dos hijas. Acababa de cumplir 51 años. Desapareció el 27 de julio último y fue buscado por la policía hasta que se habría confirmado la hipótesis del suicidio.
Foto de agencialaprovincia.info |
Conocí a Arlía en el 2000. Tuve una interesantísima charla sobre las regiones bonaerenses, en tiempos en que trabajaba en la Fundación Banco Provincia y me lo refirieron muy especialmente. Era economista de la UBA, recibido el mismo año que yo (1991) en Políticas (UCA). Me hizo un sesudo planteo sobre la necesidad de regionalizar la provincia sobre la base de circuitos productivos. Nunca más lo volví a ver.
Un día apareció como funcionario estrella de la provincia de Buenos Aires. Al principio, como buen sciolista, parecía era una persona razonable y partidaria de los consensos democráticos. A medida que pasaba el tiempo, empezó a mostrar un carácter mucho más apasionado. Empezó a chocar en las redes contra la oposición y a radicalizarse.
La muerte de un político me golpea fuerte por dos razones: una, porque se trata de una persona que debe ser esperanzada por naturaleza ya que conduce a la gente hacia un futuro posible y mejor; la otra, porque -tal vez por esa misma razón- suelen ser longevos. Personalmente, me impactó por ser alguien de mi misma edad.
Para mí la política, en democracia, es la construcción de consensos mayoritarios para el bien común. A partir de la concepción que cada uno tiene del hombre, se busca sumar voluntades para el desarrollo de las personas que viven en una comunidad. Siempre hay motivos para pelear, para creer, para vivir.
¿Cómo puede alguien rendirse tan rápido, luego de trabajar décadas para la gente?, ¿qué le pasó a este muchacho como para bajar los brazos tan temprano? ¿Puso sus expectativas en alguna irrealidad? ¿Recibió noticias de alguna denuncia que pudiera opacar su prestigio? ¿No pudo aceptar la deconstrucción del sciolismo, primero, y del kirchnerismo, después?
No quiero entrar en politiquería, por favor. No quiero pensar en nada que no sea en su espíritu, en su alma. Porque el peronismo adhiere a los principios cristianos, que no admiten atentar contra la vida propia ni ajena. Evidentemente, estaría enajenado. Es que el poder enloquece. Para las redes -al menos para linkedIn, twitter y Facebook- no sobrevivió a noviembre. No actualizó sus perfiles, su página web caducó.
Ciertamente, como decía Santo Tomás de Aquino y suele decir el Papa Francisco, la política es la máxima expresión de la caridad. Es una actividad que tiene por centro el servicio a los demás, desde una disciplina arquitectónica y ordenadora de la sociedad. Siempre se puede hacer política, desde el gobierno o desde el llano. Suelo decir que la política redime, al enrostrarnos con el otro. El servicio enriquece el espíritu y de ninguna manera lo puede apagar.
Se me ocurre que una persona, cuando se deja poseer por el poder, deja de servir a los demás y empieza a trabajar para mantenerlo; al fin de cuentas, para trabaja para uno mismo. Ese switch es imperceptible, como todo paso hacia el mal. El mal es la carencia de bien. Al no ejercitar las virtudes, gana nuestra naturaleza humana, la que es caída y puede ser redimida por Cristo nuestro Salvador.
La única explicación que le encuentro a semejante tragedia es que deben haber sido muchos años de trabajar mucho y sin detenerse a reparar fuerzas, a elevar el espíritu, sin enriquecer su alma.
Señor, por favor, perdónalo y recibilo en tus mansiones eternas.+
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