Para ser efectivo y conmover, un discurso como el presidencial de anoche debe ser oportuno y responder a las inquietudes personales. Para eso es necesario que acierte en el diagnóstico y ofrezca una solución.
Desde mi punto de vista, habrá cuatro discursos que serán recordados cuando haya pasado esta crisis: el del Papa Francisco con ocasión de la ceremonia ante el Cristo de San Marcello, el viernes 27 de abril ("estamos todos en el mismo barco"); el del premier británico Boris Johnson al salir de la internación, con el que agradeció al personal médico profesión a la que se decía que había despreciado antes de caer enfermo; el de la propia Reina Isabel II, que otorgó excepcionalidad a la situación, y el del presidente norteamericano Donald Trump -en rigor, un mensaje de Twitter- en el que minimizó la gravedad de la situación y comparó al Covid con la gripe comun. En nuestro país, Alberto Fernández se lució inicialmente con este recurso. Hasta anoche.
El primer discurso presidencial -el que estableció un estado policial mediante la cuarentena estricta entre el 20 y el 31 de marzo- logró concientizar a la población reunida en todos las casas frente al televisor. Convocó a una gesta comunitaria flanqueado por gobernadores de los cuatro signos políticos: el de Santa fe, peronista, Omar Perotti; un radical, el jujeño Gerardo Morales; por la provincia de Buenos Aires un kirchnerista, Axel Kiciloff, y el jefe del gobierno porteño, del PRO, Horacio Rodríguez Larreta. Antes se había reunido con todos los gobernadores para recibir un aval para dar semejante paso. El resultado fue una imagen presidencial que saltó a las nubes, y que arrastró a los jefes territoriales; particularmente, los que gobiernan el AMBA. El tono era moderado y promovía la concordia. Aquél anuncio fue el jueves 19 de marzo, debido a que muy pocos habían adoptado el formato voluntario de la cuarentena.
La familia volvió a reunirse el domingo 29 a la noche para escucharlo nuevamente. Había consultado previamente a algunos jefes políticos y funcionarios en forma presencial en la Quinta de Olivos y mantuvo un contacto virtual por videoconferencia con el resto de los gobernadores. Con la renovación del apoyo político y la aparición de un cuerpo de especialistas, la cuarentena obligatoria se extendió hasta el 13 de abril. En esa oportunidad se olvidó de dar la fecha y hubo que esperar a la publicación del decreto en el Boletín Oficial para confirmar el plazo.
El Viernes Santo cayó en 10 de abril. Algunos se habían hecho ilusiones respecto de una posible salida al encierro; particularmente, los jóvenes. El Presidente volvió a demorarse, por lo que la desilusión produjo un principio de ruptura con la decisión. Para justificar la prórroga apeló a la comparación con los países vecinos y se ganó un conflicto con Chile y con Brasil. Se empezaba a confirmar el tono malvinizador de la gesta: "estamos ganando, seguimos ganando", parodiaba Charly García en "No bombardeen Buenos Aires". Aún así, el tono docente, la naturalidad en sus maneras, la firmeza de su voz y cierto paternalismo, dieron tranquilidad al público, que apoyó nuevamente la modalidad "administrada" de la cuarentena para los grandes centros urbanos. Este discurso tuvo un altísimo nivel de rating: promedió los 40 y llegó a picos de 53.2.
El sábado 25 de abril al Presidente se lo vio cómodo, expandido. Apareció acompañado por una presentación y acudió a una modalidad académica para anunciar una extensión segmentada o localizada de la cuarentena. El Presidente se cortó sólo al anunciar salidas de una hora y hasta 500 metros en torno del hogar, lo que le generó cortocircuitos con sus alfiles del AMBA, Rodríguez Larreta y Kiciloff y algunos intendentes, que tuvieron que salir a desmentir su aplicación en sus municipios. Al día siguiente salió en un par de programas radiofónicos de periodistas afines en donde intentó recuperar el terreno perdido.
Anoche prácticamente no había expectativas respecto del discurso presidencial. El periodismo había anticipado que habría una nueva extensión. El Presidente volvió a tardar en salir. Lo hizo rodeado de Rodriguez Larreta y Kiciloff simulando una concordia poco creíble; unos metros atrás aparecía un consejo asesor disminuído. Para forzarla, el Presidente rompió el distanciamiento social: se sentó en el medio de ambos, a menos de un metro de distancia, y usó reiteradamente las manos para mostrarse en contacto con ellos. Esta vez su alocución lució improvisada. Minimizó el mejor anuncio que hizo: que todo el interior de la Argentina pasaba a Fase 4, aunque nadie tuvo claro de qué se trató semejante definición simplemente porque no explicó sus alcances. Para no agravar los conflictos limítrofes, apaló a casos muy lejanos, los de Suecia y Noruega, para sustentar su política. Por último, no se privó de confrontar con "los que mienten". Kiciloff estuvo en esa misma línea, proselitista y confrontativa; el jefe porteño, en cambio, mantuvo un perfil técnico, pero se lo notó incómodo de que el Presidente insista con que contaba con el apoyo de ellos.
A esta altura el presidente Alberto Fernández debería darse cuenta de que la excepcionalidad terminó y que la normalización paulatina de la situación hace recomendable que cambie el formato. En tiempos de crisis hay que hacer una administración muy ajustada de las apariciones. El discurso de anoche no sumó y hasta podría decirse que restó. Faltó un llamado concreto a la acción, aunque más no sea desde el sillón de la casa. No hubo precisiones en las salidas de los chicos, del requsito de aquellas fábricas que podrán volver al trabajo. La población se quedó sedienta de esperanza.
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