El valor de la pérdida
Es habitual que valoremos las cosas cuando las perdimos.
El mayor héroe es el que murió. Tal vez suponemos un heroísmo final que no siempre existió o un borrado definitivo de las imprefecciones de una vida que, por ser humana, siempre es fallida. Es como un relato corrector sobre la hora final. Muchas otras veces se reconoce el mérito de alguien recién cuando renuncia. Es incomprensible la mezquindad de no hacerlo en vida del presunto héroe.
Los argentinos lamentamos la muerte de José de San Martín en el exilio, la de Manuel Belgrano en la pobreza o la de los 44 tripulantes del ARA San Juan que, a bordo del submarino, en la profunidad del Océano Atlántico, que demostraron la desatención del Estado Argentino a su instrumento militar en defensa del proyecto nacional revestidos de tragedia submarina.
Sergio Torrigiani es un suboficial principal que eligió servir a su Patria desde la fuerza naval. Su padre fue soldador multiple de montaje en la Victoria entrerriana natal y su madre cuidó con enorme entrega, cariño y dedicación a sus cuatro hijos. El mayor de ellos se animó a soñar con progresar, procurarse un futuro mejor, conocer el mundo y desarrollar todas sus capacidades. Fue lo que lo motivó a ingresar en la Armada. Un desafío nada fácil, que hizo que de los tres amigos que probaron suerte sólo subsista él.
Sergio se instaló en Mar del Plata, se casó y hace trece años tuvo un hijo que sufre de Síndrome de Asperger, una especie de autismo leve.
Hay a quienes les cuesta aceptar estas circunstancias y eso, sumado a las dificultades naturales de una vida alterada por las actividades marinas, terminó por destrozar a su familia.
Padre e hijo siempre fueron muy compañeros y compinches, tan necesitados estaban el uno del otro. Sergio sintió con Mateo esa felicidad que sólo un padre de un chico con ese tipo de dificultades puede alcanzar.
Desde que ingresó a la Marina, en 1984, Sergio sintió la discriminación que sufrió todo militar por el uso del uniforme, aún cuando su especialidad fuera la de cocinero.
Eso mismo fue lo que sintió al presentarse ante el juez de Familia de San Lorenzo, Marcelo Escola, que nunca quiso escucharlo ni a él ni a su hijo, de quien fue separado desde hace un año y medio. Todavía lo desgarra el recuerdo de los gritos y llantos de Mateo cuando fue separado de él por orden judicial.
De nada sirve el triste consuelo de que este juez tenga tantas denuncias en su contra. La prensa local es elocuente en ese sentido. Se habla de 2500 denuncias; él mismo le hizo tres, por prevaricato y abuso de autoridad. En cuanto logró trasladar el expediente a Mar del Plata se le interpuso una denuncia por violencia de género que congeló todo el proceso y extendió los plazos, mientras se investigue su pertinencia.
En medio de semejante zainete pidió abordar a su viejo submarino, con sus camaradas y sus antiguos alumnos. Pero momentos antes de embarcar pidió excusarse debido a que por un momento existió la posibilidad de reencontrarse con su hijo. La comprensión del comandante del ARA San Juan contrastó con la frialdad del Juez que, sin quererlo, le salvaría la vida para sumergirlo en un doloroso infierno, ya que ni pudo ver a su hijo ni pudo volver a reunirse con aquellos que se hundieron para siempre en las frías aguas del Mar Argentino.
Es la típica historia de un argentino que pudo haberse convertido en héroe, pero que quedó condenado a seguir recorriendo los Tribunales y a sufrir la arbitrariedad y el maltrato de la burocracia.+
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