Cuesta trabajo comprender


Concebir el trabajo del siglo XXI es uno de los más altos desafíos que enfrenta la dignidad humana.
La bio y nanotecnología, la automatización, la robotización, y la inteligencia artificial pueden trabajar por y para nosotros, en la medida en que estemos preparados y capacitados para hacerlo.
El hombre tiene por delante un nuevo desafío: la sabiduría, porque debe comprender quién es, saber qué debe hacer, de dónde viene y a dónde va, para poner en marcha estas poderosas fuerzas que, de no saberlas manejar, pueden volverse contra uno mismo.
Hace un par de semanas acudí a un foro almuerzo organizado por la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) sobre el trabajo y la inclusión en el que disertaron el viceministro de Trabajo de la Nación, Ezequiel Sabor, y el secretario gremial de la Asociación de Supervisores de la Industria Metalmecánica (ASIMRA), Mario Matanzos.
El gremialista empezó reconociendo el acierto oficial de "sectorizar la discusión" y destacó "la importancia de tener trabajo". El funcionario reclamo una mejor representatividad del empresariado para sentarse en la mesa del diálogo, pero volviendo a la gente hizo hincapié en la necesidad de la capacitación continua, se refirió al estancamiento en la creación de trabajo privado y promovió el concepto de empalme, como una manera de favorecer el empleo y achicar los subsidios.
Esa misma tarde recibió en mi casilla un cable de Zenit que informaba acerca de la visita del Papa Francisco a Génova, que había estado centrada en esta cuestión: "el trabajo está en riesgo", dictaminó al visitar una industria metalúrgica del Ilva. Allí subrayó la curiosa coexistencia de gente sin trabajo y gente esclavizada: “Una paradoja de nuestra sociedad es la presencia de una creciente cantidad de personas que querrían trabajar y no lo consiguen, y otros que trabajan demasiado y no pueden trabajar menos porque fueron comprados por las empresas”, dijo. Sin ocio -es decir, sin descanso- el trabajo esclaviza. “El consumo es un ídolo de nuestro tiempo”, con sus “grandes negocios abiertos día y noche”; de alguna manera, aseguró, cuando se trabaja sólo para consumir -es decir, para gozar- se malogra el trabajo "como fatiga" y en el centro del pacto social.

Sobre las pujas internas
La meritocracia conspira contra la cooperación, mutua asistencia y reciprocidad, que deben reinar en el trabajo, agregó Francisco. La competición interna, además de no ser antropológicamente cristiana, "es un error económico", porque conspira contra sí misma.
Así, la meritocracia esta volviéndose “una legitimación ética de la desigualdad”. El nuevo capitalismo a través de la meritocracia “da una vestidura moral a la desigualdad, porque interpreta el talento no como un don, sino como un mérito”. Determinando un sistema de ventajas y desventajas cumulativas.
Otra consecuencia de la meritocracia “es el cambio de la cultura de la pobreza. El pobre es considerado un sin mérito y por lo tanto un culpable”. Y “si la pobreza es una culpa del pobre, los ricos están exonerados de hacer algo por ellos”.
El Papa señaló que “la meritocracia del Evangelio la encontramos en la parábola del Hijo Pródigo, que considera que el hermano tiene que ser un fracasado, porque se lo ha merecido, en cambio el padre considera que ningún hijo merece la bellota de los puercos”.

Contra los subsidios
Cuando a una persona le indican que o acepta un trabajo mal pagado o tanto hay otros que lo aceptarán, el trabajo se transforma de ‘rescate’ social en ‘chantaje’.
El santo padre Francisco usó así un juego con estas dos palabras en italiano (riscatto – ricatto), al responder este sábado, a la segunda pregunta de los trabajadores de la metalúrgica ILVA, en su viaje apostólico a Génova.
“Es verdad  –dijo a quien le hizo la pregunta– que la falta de trabajo es peor que la falta de rédito, para poder vivir. El trabajo es también esto, pero es mucho más. Trabajando nos volvemos más personas, nuestra humanidad florece, los jóvenes se vuelven adultos solamente trabajando. La doctrina social de la Iglesia siempre ha visto el trabajo humano como participación en la creación”.
“En la tierra hay pocas alegrías como la que se siente trabajando, como hay pocos dolores más grandes que cuando el trabajo oprime, humilla, asesina. El trabajo puede hacer mucho mal, porque puede hacer mucho bien” aseguró.
“Los hombres y las mujeres se nutren con el trabajo y el trabajo los llena de dignidad”. Cuando se trabaja mal, todo el pacto social, la democracia entra en crisis, aseguró.
Hay que mirar con responsabilidad a las transformaciones tecnológicas, pero no resignarse a la ideología que toma pie, en la que imagina un mundo en el que la mitad o solamente dos tercios trabajan y el resto es mantenido por un subsidio social. Tiene que ser claro que el objetivo necesario no es obtener un rédito para todos sino trabajo para todos. Porque sin trabajo para todos no hay dignidad para todos”.
El trabajo de mañana será quizás muy diverso, pero deberá ser trabajo, no pensiones, no jubilaciones. Se va en pensión a la edad justa, es un acto de justicia. Pero es contra la dignidad de las personas mandarlas en pensión y mandarlas a los 35, 40 años, darle un subsidio y arréglate. Puedo comer, sí; puedo mantener a mi familia, sí; ¿tengo dignidad?, no.

Elogio del buen empresario
Estas preguntas sobre el mundo del trabajo, “quise pensarlas bien para responderlas bien”, dijo a la platea de trabajadores y empresarios, porque “hoy el trabajo está en riesgo, es un mundo en el que el trabajo no se considera con la debida dignidad que tiene y que da”
“Hago una premisa: el mundo de trabajo es una prioridad humana” (aplausos) y por lo tanto es una prioridad cristiana, nuestra y también del Papa”, porque en el primer mandato, Dios  le dijo a Adán: ‘Trabaja la tierra y domínala'”. Y recordó que Jesús fue un trabajador.
Elogió las palabras que le dirigió un empresario a su llegada y la creatividad y la pasión por la propia empresa: “El empresario es una figura elemental de una buena economía”, “son necesarios buenos empresarios” con “vuestra capacidad de crear” y es importante que sepan “reconocer la virtud de los trabajadores y trabajadoras”.
Y “los trabajadores tienen que hacer el bien el trabajo, porque debe ser bien hecho”. A veces se piensa, indicó el Papa, “que el trabajador lo hace porque es pagado”, y “este es un error, porque se trabaja también por dignidad y por honor”. Señaló además que el buen empresario “conoce a sus obreros porque trabaja a su lado”.
El Papa describió que “el buen empresario es antes de todo un buen trabajador”, que  “comparte las fatigas del trabajo” y se esfuerza “para resolver problemas”. Y “si tiene que licenciar a alguien debe ser una decisión dolorosa”. Ningún buen empresario quiere licenciar a su gente, dijo, y “quien piensa en resolver el problema de su empresa licenciando gente no es un buen empresario, es un comerciante” que “hoy vende a su gente y mañana venderá su propia dignidad”.
“El empresario no va confundido con el especulador, son dos tipos diversos” aseguró e Pontífice. “El especulador es una figura similar a la que Jesús llama mercenario“, pues no aprecia a su empresa o a los trabajadores, solo “los ve como un medio para lucrar”.
“Licenciar, cerrar, desplazar una empresa no le crean problemas” al especulador, “porque usa y devora personas y medios”. Así, la economía pasa a ser “sin rostros” y “se vuelve una economía despiadada”. Francisco aseguró: “No hay que temer a los empresarios, porque hay tantos que son buenos, hay temer a los especuladores”. Aunque muchas veces “lamentablemente el sistema político favorece a los especuladores y no a los empresarios”.
Así, “las reglas pensadas para los deshonestos –indicó el Papa– acaban por penalizar a los honestos”. Aseguró que “hay tantos empresarios que aman a su empresa y a sus trabajadores”. Y concluyó con una advertencia: “Empresarios y trabajadores, estén atentos con los especuladores y con las reglas que favorecen a los especuladores y dejan a la gente sin trabajo”.

Notas argentinas
Para el que conoce el paño, es más que probable que al pronunciarse así el Santo Padre tuviera en mente a Enrique Shaw. El empresario argentino, que tiene un proceso de canonización iniciado, solía ser recomendado por Mons. Bergoglio como ejemplo a los empresarios. Según me contó Fernán de Elizalde, decía que con empresarios como él no existirían los gremialistas.
La otra perla fue, al pisar el aeropuerto Cristóforo Colombo: “Es la primera vez que estoy en Génova y tan cerca del puerto que me recuerda de dónde salió mi papá” hacia Argentina".+

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