La desinformación
Interesantísima la columna de Beatríz Sarlo en la contratapa de Perfil de ayer, titulada La Alianza Fatal.
Si para el Papa Francisco la desinformación es el peor pecado de los medios de comunicación -antes mismo que la calumnia y la difamación-, Sarlo arremete en la misma dirección.
Son postales de una sociedad líquida.
La transcribo a continuación:
Por hallarse de viaje, Jorge Fontevecchia no publica en esta oportunidad su habitual contratapa.
Si para el Papa Francisco la desinformación es el peor pecado de los medios de comunicación -antes mismo que la calumnia y la difamación-, Sarlo arremete en la misma dirección.
Son postales de una sociedad líquida.
La transcribo a continuación:
Leer prensa internacional vale la pena. Allí donde hay libertad de prensa, los buenos diarios locales informan de modo más exhaustivo sobre las peripecias políticas que conciernen a su país o a su área de influencia. Esto es bastante obvio y no es necesario ser un tilingo para interesarse por lo que sucede en el mundo. Es curioso que muchos de quienes hablan todo el día de latinoamericanismo y globalización juzguen que leer prensa extranjera es un rasgo de mal cosmopolitismo. Mirar Telesur todas las noches no me impide (más bien, me incita) a cotejar con Folha, El País o el Washington Post. Hasta hace un tiempo, toda la operación resultaba trabajosa y carísima. Hoy cuesta tanto como pasarse las horas en Facebook. No olvidemos preguntar a los cubanos sobre estas cosas.
También pueden hacerse comparaciones. Comienzo por las que despertarán menos rechazos. Por ejemplo, deportes o espectáculos. El New York Times o Le Monde sólo excepcionalmente llevan estos temas a tapa. Si lo hacen, es porque se ha jugado la final del Super Bowl, se ha corrido la Vuelta de Francia o algún compatriota ha ganado una medalla dorada en juegos de primera magnitud. Y, cuando llevan estas noticias a tapa, no ocupan más que una columna. Cualquiera puede comprobar con dos clics que una victoria de Rafael Nadal va en la columna derecha y en la mitad inferior de El País online. Incluso ganar la Copa Davis no merece el centro de la página web durante las 24 horas siguientes. Lo mismo sucede con un estreno o un premio en la capital del showbiz, donde se inventó el capitalismo cinematográfico y teatral.
El editor de periódicos me responderá, con toda razón, que ha descendido la venta sobre papel y que es necesario pelear duramente para instalarse en una web donde hay de todo: bueno y trucho, gente con oficio y espontáneos esforzados o perezosos. Y algún lector francés o español me dirá que sus diarios cambiaron y que están muy lejos de una época dorada que cada uno situará en un pasado más o menos coincidente con sus años de juventud. La edad dorada está siempre en el recuerdo melancólico o nostálgico. Pero no aceptaré argumentos históricos porque no estoy comparando el pasado con el presente, sino comparando diferentes presentes de diferentes espacios periodísticos.
En algún momento relativamente cercano, los diarios comenzaron a hacer tapa con titulares a varias columnas dando resultados de encuestas de opinión, reduplicados en el interior por comentarios de los jefes de las mismas empresas que las hicieron. Un día de ésos, fuera de un período de elecciones, se me ocurrió preguntarme: ¿cuál es la noticia que origina este título? La respuesta era sencilla: que una empresa privada dedicada a estudios de opinión había obtenido esos resultados. Los diarios habían encargado una encuesta, la habían pagado y convertían los resultados en una noticia.
Esto no es costumbre en otros diarios y páginas web del mundo, que, cuando incluyen encuestas (muchas menos que en la Argentina), no les otorgan el mismo lugar, salvo en las semanas anteriores a elecciones. Entonces, era lógico que buscara una parte de la explicación en lugares distintos a aquellos donde se diseñan las estrategias de información. En una palabra, tenía que pensar menos en las estrategias periodísticas y más en la forma de hacer política en nuestro país. Se parece a la de Occidente, pero con esas forzaduras que suelen caracterizarnos. Y no podía echarse la culpa al Gobierno (espero que los kirchneristas aprecien esta ecuanimidad).
Hay un factor que viene pegado a las encuestas. Me refiero al “asesor de imagen”. Son dos herramientas tecnológicas que se usan juntas. Cuando un político decide dar el paso al frente y mostrarse como candidato a presidente (Sergio Massa fue el último en pensar que ése era su camino), el asesor de imagen entra a su equipo como pieza fundamental. Antes de Massa, esto fue evidente con Macri cuando pensó que Boca Juniors era la mejor plataforma de salto ornamental de la Argentina, y tuvo razón para el caso de Buenos Aires. El asesor de imagen tiene un poder casi ilimitado sobre el discurso. Y el asesor de imagen es funcionalmente, siempre, por el lugar que ocupa en la estructura, un populista. Por favor, que se me entienda: no un populista clásico, sino un seguidista de aquellas tendencias de opinión y aquellos deseos inarticulados o articulados que ha creído descubrir, a través de encuestas, en los sectores sobre los que, también según las encuestas, el nuevo aspirante tiene mayor posibilidad de ganar sus votos.
El asesor de imagen es el ideólogo de los publicistas. Lo malo es que también suele convertirse en ideólogo de los políticos, que lo ascienden de técnico a filósofo. Esta convergencia entre encuestas y política es una alianza fatal. Otros dirán que es la única posible en condiciones de crisis de la política: seguidismo de la opinión, que clásicamente se llamó demagogia, sería todo lo que queda. Y después rezar para que los que hacen seguidismo honren sus inconmensurables promesas.
Hace pocos días, alguien me decía: “Fulano de Tal no mide bien, no remonta”. Respondí: “Pero es un político claro e inteligente. Habría que sostenerlo, porque si no es en esta vuelta, como todavía es joven, estará fuerte para la próxima”. Mi interlocutor se quedó mirándome. Tal vez yo había dicho una tontería. “Nadie piensa sino en 2015”, agregó con el tono de quien tiene que explicar lo obvio. No quise dar mi brazo a torcer: “Entonces, ninguno piensa en el futuro, porque el futuro no es 2015; ése es el presente de atropellada”. Sin embargo, en una política cuyo pálpito son las encuestas, él tenía razón y yo estaba equivocada. Todo lo que me cabe esperar es que el político inteligente no contrate un asesor de imagen a tiempo completo para quemar en una hoguera sus cualidades y empezar a medir en las encuestas.
Por hallarse de viaje, Jorge Fontevecchia no publica en esta oportunidad su habitual contratapa.
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