Nuestro Pecado
Hace unos cuántos años tuve que ir al jardín de infantes de mis hijas a contar a qué me dedicaba. Era una actividad en la que todos los padres podíamos ir a contar sobre nuestros trabajos. Era un dificilísimo esfuerzo de síntesis. Chicos de cuatro o cinco años debían comprender lo que hacemos todos los días, cosa que no está al alcance de madres, esposas, suegras ni amigos.
Opté por decir que yo contaba historias. Eso reunía mi originario oficio periodístico y mi actual, de relacionista público. Ese ejercicio fue muy útil para mí, un descubrimiento. Antes de decidir decirlo, hice el disernimiento de que historias no son cuentos -ergo, ficción-, sino que uno de alguna manera podía ser testigo de la Verdad. Es lo mejor que tiene dar charlas y conferencias: uno debe ponerse a pensar lo que ya está haciendo o ejecutando, y puede introducir correcciones sobre su quehacer.
Ese episodio me llevó a pensar que nuestra profesión debe sustentarse en la Verdad y que todo lo que uno hace, como informarse por ejemplo, debe conducir a enriquecer ese relato; debe elevaarlo con el buen uso del lenguaje, con la precisión terminológica, con una mirada ética y ser moralmente coherente.
Hace unos pocos años empecé a introducir en mi examen de conciencia la cuestión del uso de la palabra. Somos mejores o peores profesionales de la labia y nos dedicamos especialmente a eso. Por eso, nuestra responsabilidad es mayor que la de los demás, a la hora de criticar a alguien... o de "operarlo", como decimos. Uno, a veces, casi inconscientemente, opera en su favor y en contra del otro. Pero el perjuicio del tercero aludido puede ser grave. Priorizar nuestro interés sin observar el ajeno podría tener consecuencias demoledoras para el prójimo en cuestión.
Por eso me sorprendió hoy cuando leí en la tapa de La Prensa las palabras del Papa Francisco sobre DESINFORMAR, DIFAMAR Y CALUMNIAR. Transcribo algunos párrafos de su reflexión sobre el Evangelio ayer ("Pedro miró atrás y vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el que en la cena se había inclinado sobre su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Al verlo, Pedro preguntó a Jesús: «¿Y qué va a ser de éste?». Jesús le contestó: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme. Por esta razón corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no iba a morir. Pero Jesús no dijo que no iba a morir, sino simplemente: «Si yo quiero que permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué te importa?» Jn. 21, 20-23):
«Desinformamos: decir solo la mitad que nos conviene y no la otra mitad; la otra mitad no la decimos porque no es conveniente para nosotros. En segundo lugar está la difamación: Cuando una persona realmente tiene un defecto, y ha errado, entonces contarlo, «hacer del periodista»... ¡Y la fama de esta persona está arruinada! Y la tercera es la calumnia: decir cosas que no son ciertas. ¡Eso es también matar a su hermano! Todas estas tres –la desinformación, la difamación y la calumnia– ¡son pecado! ¡Este es el pecado! Esto es darle una bofetada a Jesús en la persona de sus hijos, de sus hermanos».
Es por eso que Jesús hace con nosotros como lo hizo con Pedro cuando lo reprende: «¿A ti qué te importa? ¡Tú sígueme!» El Señor realmente nos «señala el camino»:
«El chisme no te hará bien, porque te llevará a este espíritu de destrucción en la Iglesia. ¡Sígueme!». Es hermosa esta palabra de Jesús, que es tan clara, es tan amorosa para nosotros. Como si dijera: «No hagan fantasías, creyendo que la salvación está en la comparación con los demás o en el chisme. La salvación es ir detrás de mí». ¡Seguir a Jesús! Pidamos hoy al Señor que nos dé esta gracia de nunca inmiscuirnos en la vida de los demás, de convertirnos en cristianos de buenos modales y malos hábitos, de seguir a Jesús, para ir detrás de Jesús, en su camino. ¡Y esto es suficiente!». (Zenit/InfoCatólica),+
Comentarios