Retrato de la Belle Epoque
PUNTA DEL ESTE. ''Tirando Manteca al Techo'' (Vida y Andanzas de Macoco Alzaga Unzue, por Roberto Alifano - Proa Amerian Editores, Bs As, 2010) no llega a ser una biografía. Tampoco son las memorias de aquel ilustre tunante. En todo caso son recuerdos de conversaciones con Alifano escritas en primera persona por este último.
Parecería como si hubiese intentado ser una biografía autorizada por el prototípico play boy porteño frustrada por una muerte prematura o por algún resquemor del autor. Tal vez le costó hacer un relato épico sobre semejante tarambana, tal como el protagonista hubiese querido leer.
Pasaron muchos años desde el fallecimiento del primer automovislista argentino que obtuvo un premio internacional. Hoy nadie recuerda al fundador del fenomenal cabaret Morocco, que abriera en sociedad con Al Capone. Si, ni más ni menos que con el más célebre capo mafia de la historia.
Son pocos los que saben que Macoco fue socio de Aristóteles Onassis para timar a las compañías de seguros en plena Segunda Guerra Mundial, comprando y hundiendo viejos navíos.
Alifano narra un espectacular anecdotario con un registro sensiblemente cariñoso y compasivo de este fatuo personaje. Lo pinta como si fuera un jeque de las Pampas. Se detiene más en los logros sociales (tomando la acepción más elitista e impopular del término) que en los negocios que supo desarrollar. Algunos se destacan por la celebridad de sus socios, como los mencionados; otros, por los involucrados, como en los casos en los que fue productor de cine con el confeso objeto de seducir a las más famosas estrellas del momento.
La única vez que relata algo sobre el campo heredado que no fuera para extraer sus beneficios fue cuando intentó, sólo por unos meses, manejar uno de ellos recientemente legado. Y que, en el fondo, fue la excusa perfecta para guardarse durante un tiempo de quebranto.
Acusa a un amigo de haberlo estafado en la administración de sus bienes. Pero su desatención y derroche lo hacen sospechoso de haberse gastado una enorme fortuna en vida.
Macoco señalaba a dos hombres mayores que él como a sus precursores o maestros. Hijo de un matrimonio despreocupado de la educación de sus hijos, se refiere a su hermano Piruco (que mandó a construir su casa en lo que actualmente es la Mansión del Four Seasons) y a Aaron de Anchorena. Puede ciertamente haberlos admirado y hasta copiado, pero los referidos no fueron meramente parranderos; dejaron una herencia pública y privada en logros y bienes. Con ocasión de esta lectura -un generoso regalo de mi querido amigo Gustavo Pedace, que me conoce bien- me interesé por una investigación que realizó la Presidencia de la República del Uruguay en 1998 sobre el creador de la barra de San Juan y que, ya desde el prólogo del ex presidente Julio María Sanguinetti, es profusa en elogios a ese prohombre de la época.
Haberse tuteado con ellos no lo hacía un par. Ni la relación con Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares lo hizo escritor.
Seré justo con el libro. Es muy divertido y llevadero. Se deja leer, devorar. Es la mejor foto que pude obtener de uno de los tipos que tanto sacaron y tan poco aportaron para la construcción de nuestra república. Marcó la época, sin dudas.
Leamoslo. Sonriamosnos leyéndolo. Pero no lo reivindiquemos.+
Parecería como si hubiese intentado ser una biografía autorizada por el prototípico play boy porteño frustrada por una muerte prematura o por algún resquemor del autor. Tal vez le costó hacer un relato épico sobre semejante tarambana, tal como el protagonista hubiese querido leer.
Pasaron muchos años desde el fallecimiento del primer automovislista argentino que obtuvo un premio internacional. Hoy nadie recuerda al fundador del fenomenal cabaret Morocco, que abriera en sociedad con Al Capone. Si, ni más ni menos que con el más célebre capo mafia de la historia.
Son pocos los que saben que Macoco fue socio de Aristóteles Onassis para timar a las compañías de seguros en plena Segunda Guerra Mundial, comprando y hundiendo viejos navíos.
Alifano narra un espectacular anecdotario con un registro sensiblemente cariñoso y compasivo de este fatuo personaje. Lo pinta como si fuera un jeque de las Pampas. Se detiene más en los logros sociales (tomando la acepción más elitista e impopular del término) que en los negocios que supo desarrollar. Algunos se destacan por la celebridad de sus socios, como los mencionados; otros, por los involucrados, como en los casos en los que fue productor de cine con el confeso objeto de seducir a las más famosas estrellas del momento.
La única vez que relata algo sobre el campo heredado que no fuera para extraer sus beneficios fue cuando intentó, sólo por unos meses, manejar uno de ellos recientemente legado. Y que, en el fondo, fue la excusa perfecta para guardarse durante un tiempo de quebranto.
Acusa a un amigo de haberlo estafado en la administración de sus bienes. Pero su desatención y derroche lo hacen sospechoso de haberse gastado una enorme fortuna en vida.
Macoco señalaba a dos hombres mayores que él como a sus precursores o maestros. Hijo de un matrimonio despreocupado de la educación de sus hijos, se refiere a su hermano Piruco (que mandó a construir su casa en lo que actualmente es la Mansión del Four Seasons) y a Aaron de Anchorena. Puede ciertamente haberlos admirado y hasta copiado, pero los referidos no fueron meramente parranderos; dejaron una herencia pública y privada en logros y bienes. Con ocasión de esta lectura -un generoso regalo de mi querido amigo Gustavo Pedace, que me conoce bien- me interesé por una investigación que realizó la Presidencia de la República del Uruguay en 1998 sobre el creador de la barra de San Juan y que, ya desde el prólogo del ex presidente Julio María Sanguinetti, es profusa en elogios a ese prohombre de la época.
Haberse tuteado con ellos no lo hacía un par. Ni la relación con Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares lo hizo escritor.
Seré justo con el libro. Es muy divertido y llevadero. Se deja leer, devorar. Es la mejor foto que pude obtener de uno de los tipos que tanto sacaron y tan poco aportaron para la construcción de nuestra república. Marcó la época, sin dudas.
Leamoslo. Sonriamosnos leyéndolo. Pero no lo reivindiquemos.+
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